"Hay que alertar a la gente antes de que sea tarde"
En un mundo difícil como el actual, el periodista tiene que ser una voz de alerta, dijo a Zona el escritor polaco, emblema del periodismo internacional. Con un estilo apasionado, Kapuscinski reivindicó la mística del oficio y a la prensa como lucha.
En el cuarto de hotel ha desparramado sobre la mesa las herramientas del periodista. Una lámpara. Libretas con espiral de distintos tamaños apiladas en pirámide. Hojas. Lápices, marcadores, lapiceras, distribuidos en un orden que seguramente es parte de una ceremonia privada. En la mesa no hay lugar para nada, casi ni para apoyar el grabador que queda, peligrando, en un canto.
Varios periódicos del día y revistas de política comprados esa mañana en un kiosko de la avenida Corrientes completan el ritual. Ryszard Kapuscinski, el "periodista legendario" de la política internacional, los ha subrayado prolijamente, con devoción, casi en su totalidad, con una delgada línea de tinta roja. Durante la entrevista con Zona, defiende con ardor la nobleza del oficio periodístico. Debemos ser los buscadores de la verdad, urge. Luego agrega con realismo que los periodistas, en la medida de nuestras posibilidades, en un momento difícil como el actual en el que el mundo parece perder el rumbo, tenemos que ser una voz de alerta. Los subrayados con trazos rojos en las notas sobre la crisis argentina y las elecciones en Brasil dicen mucho más de él: hablan de su amor por la escritura, del paladeo de las palabras, de la avidez incontrolable que tiene por saber qué pasa en el país donde está transitoriamente.
Este es su primer viaje a la Argentina, adonde vino a dictar un taller de periodismo invitado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
—Viví un año en Chile. Después, cuatro en México. Estuve en todos los países de América latina menos en tres: El Salvador, porque a todos los corresponsales que habíamos cubierto la guerra del lado hondureño nos habían declarado personas non gratas; el Paraguay de Stroessner y la Argentina de Videla.
— ¿Acá no pudo entrar porque era corresponsal de Polonia, un país comunista?
—Fue muy difícil para todos los corresponsales extranjeros entrar. Pero obviamente era más sencillo para un norteamericano que para mí. Usted sabe, los periodistas, antes y después de la Guerra Fría, siempre tuvimos problemas. Desconfían de nosotros. Les molesta no tener control sobre lo que vamos a publicar.
Hoy, a los 70 años, el maestro Kapuscinski vive en Varsovia y trabaja en el diario más importante de su país: Gazeta. Antes viajó por el mundo como corresponsal de la agencia estatal o de periódicos polacos. Cubrió 17 revoluciones en 12 países del Tercer Mundo, región en la que se especializó. Mi primer viaje fue a India, Pakistán y Afganistán en 1956. De los 45 años que estuve viajando por el mundo, viví 30 en países de Africa, Asia y América latina, recordó.
Y como la prensa no le era suficiente para contarle a millones de polacos los misterios del mundo, Kapuscinski agregó a su carrera periodística la de escritor. El autor de libros célebres como Ebano o El imperio cuenta con orgullo que empezó trabajando simultáneamente como corresponsal permanente y como escritor.
—De vez en cuando publicaba libros. El primero apareció cuando tenía 30 años, en 1962. Y desde aquel tiempo, escribí 21 en total, traducidos a más de 30 idiomas. Sólo después de la declaración de estado de guerra en Polonia, en 1981, cuando quedé proscripto del periodismo por militar en Solidaridad, me dediqué solamente a escribir los libros.
No hace falta que él aclare sus condiciones de hombre disciplinado, hiperactivo y vivaz. Se ve en la profundidad de los ojos (sombreados por ojeras y pómulos saliente) que no se pierden ningún detalle de lo que sucede a su alrededor. En el interés que le despierta saber que en Argentina hubo un cantor popular de tango llamado "el Polaco". También, en su vestimenta impecable, en sus movimientos eléctricos cuando camina o, mientras habla, en el estado alerta de su mente.
— ¿Cómo hizo para escribir simultáneamente dos géneros tan peligrosamente próximos pero tan diferentes?
—Cada libro mío es un segundo tomo. El primero no había sido escrito como libro sino publicado en un diario. Y el segundo tomo era lo que quedaba sin contar de lo que había visto en Asia y África, un mundo enigmático, inaccesible para los europeos. Eran los años de la descolonización y de la independencia de esos países. Eran todo un descubrimiento: sus culturas, sus vidas, sus costumbres... Para un corresponsal de agencia lo importante es la noticia no lo creativo. Hay que escribir corto y muy rápido y, para eso uno se ve obligado a usar un lenguaje muy pobre, estático. Y yo tenía un mundo riquísimo alrededor mío que no cabía en ese mecanismo de noticias para un diario. Ahí decidí escribir los libros donde tengo libertad de estilo y de pensamiento.
— ¿Cómo pudo neutralizar un lenguaje tan contaminante como el periodístico?
—Me imponía tener dos oficios, dos idiomas y diría dos culturas. Sabía que tenía que vivir en una situación doble. Primero hacía el trabajo para la agencia porque era mi sustento, mi posibilidad de viajar y de hacer mis propios libros. Yo era demasiado pobre, por eso acepté el durísimo oficio de trabajar en una agencia. Sólo los fines de semana me dedicaba a la literatura, conciente de que el peligro mayor era la fuerza del lenguaje periodístico y la dificultad de salir de él. Me ayudó mucho el nuevo periodismo inventado en los años 60 por Truman Capote, Norman Mailler, Tom Wolfe y su utilización de técnicas literarias en el periodismo.
—Otro desafío para el periodista viajero es el sistema de referencia. ¿Cómo describirle a un lector algo que nunca vio y de lo que no hay un análogo para comparar en el propio país? Como un traductor, ¿el periodista a veces tiene que falsear la realidad un poquito para acercarse a ella?
—Sí. Lo más importante es hacer todo lo posible para que una cultura diferente sea entendida. Es acercar más el mundo, usando todos los medios que tenemos en nuestro poder para que esa otra realidad extraña sea mejor conocida y entendida. Ese es el primer deber de un periodista. Nosotros no escribimos por arte sino para ayudar a un mejor entendimiento entre la gente. Ahí aparece la polémica sobre la objetividad. Pero, ¿qué se entiende por eso? Yo creo que uno de los valores más importantes de cualquier escritura o película o música es la pasión, el compromiso del autor y su fascinación por lo que está haciendo.
— ¿Aunque sea un artículo sobre política?
—Hay dos escuelas. El periodismo anglosajón se ve a sí mismo como un poder que juzga por lo tanto tiene que ser objetivo. Por eso se manejan con dos categorías: la crónica informativa, más fría, y la columna de análisis u opinión, más apasionada. La raíz de la escuela europea es lo contrario: la prensa es un arma de lucha. No existe división entre noticia y comentario. El periodista europeo escribe con pasión, expresa sus dudas, opina, pregunta. Y esto es visto como valioso. En principio, cada escuela tiene sus valores y sus peligros. Pero si prestamos atención hay reportajes del New Yorker que están escritos a la manera europea. Es más, diría que la llamada objetividad anglosajona tiene muchos huecos, muchas dudas.
Desde la ventana del hotel donde está Kapuscinski se ve la gente a la salida de las oficinas y el fin de una tarde lluviosa en Buenos Aires. Imprevistamente el diálogo se derivó a El último día, la película del realizador bosnio en la que la prensa recibe una dura y merecida crítica. Refiriéndose al film, Kapuscinski continúa:
—Marca un problema muy importante. Hoy los medios no se guían por la búsqueda de la verdad sino por las noticias que vienen por cable de agencia, que salen por TV o en el diario rival. Los editores no mandan a un corresponsal para que realmente cuente lo que ve sino para que escriba lo mismo que la competencia. Es interesante ¿no? En vez de que se escriba algo diferente, le piden justamente que copie lo mismo que los otros.
—Y peligroso. Con la crisis en Argentina, en un principio, en el exterior se repitió y amplificó que no iba a haber contagio. Y nadie escribió algo diferente. Se convirtió en una verdad falsa.
—Es la gran debilidad de los medios modernos. Prensa, radio, televisión. Distintos idiomas, diferentes países, culturas diversas... pero todo el mundo repite lo mismo, de la misma manera y al mismo tiempo. Yo estuve el 11 de septiembre pasado en Nueva York. Fue chocante: todos los medios norteamericanos hablaban sobre el aniversario de los atentados con una misma voz y titularon con las mismas palabras, como si se tratara de un único mensaje distribuido en todos los medios.
—De eso se acusaba a los soviéticos, de la unificación total.
—Es una de las paradojas de nuestra civilización, cada día hay más emisoras, más canales, más medios pero todos reproducen lo mismo, manejados desde una central. El resultado es un producto pobre y aburrido. Y peligroso. Ahora el periodismo ya no dedica tiempo ni dedicación para descubrir la verdad. El argumento que se utiliza para justificar esa repetición y no buscar algo nuevo es que así lo quiere la opinión pública, una entidad misteriosa que nadie comprobó realmente cómo piensa. Pero el argumento es fuertísimo.
— ¿Cuándo ubica ese cambio?
—Con la revolución electrónica de los últimos 20 o 30 años. Cambió el valor de la noticia. Ahora la noticia no vale por ser verdadera sino por ser interesante. Es el criterio del mercado. Como en la película que comentábamos. El editor no le pregunta a la periodista sobre la verdad de lo que pasa sino si hay sangre o no. En parte pasa eso porque los dueños de los grandes centros mediáticos no son ya periodistas, sino son banqueros o empresarios. O son grupos de capitales que manejan todo.
—Usted decía que están manejados desde una central. ¿Dónde la ubicaría hoy?
—No es una central en sentido geográfico sino económico. Es ahí donde están los grandes capitales, los grandes intereses.
—Esto está claro con las noticias sobre Saddam Hussein y la guerra... ¿Qué opina de lo que está pasando hoy con Irak y el uní lateralismo de los Estados Unidos?
—El mundo se encuentra en una situación difícil. Es un tema muy grande como para hablar en una entrevista.
— ¿Y qué puede hacer un periodista frente a un mundo en una situación difícil?
—Alertar a la opinión pública sobre el peligro de la situación, conociendo los límites que tiene nuestra profesión. La mayoría no entiende lo que está pasando. ¿Por qué? Hay una ley muy interesante que estableció un comentarista norteamericano en su libro La opinión pública. Dice: la opinión pública viene atrasada en relación a los eventos. La realidad sucede, está instalada pero pasa un tiempo hasta que es cabalmente aprehendida por la gente porque el público tiene un tiempo de comprensión más lento. No puede ir tan rápido como los acontecimientos. Ahí está el peligro. Ese retraso es aprovechado por los políticos para tomar decisiones y hacer lo que quieren. Como la opinión pública todavía vive en el mundo anterior y no puede captar lo que pasa, no está en condiciones de reaccionar ni frenar esas decisiones. O sea que cuando el público se despierta a la nueva realidad ya es tarde: las decisiones están tomadas. Ese es nuestro papel: despertar esa opinión pública lo más rápido posible. Con humildad: obviamente no se puede hacer todo, no vamos a cambiar este mundo pero sí podemos acelerar las cosas, sí podemos despertar algo, sí podemos expresar inquietudes.
—Cómo europeo ¿cómo vive la arrogancia de EE.UU.? ¿Qué pasa con Europa que no puede reaccionar y acepta todo?
—No, Europa no acepta todo. Una de las características más importantes y problemáticas del mundo contemporáneo es que se agudiza la brecha entre Europa y América. Esas dos entidades durante la Guerra Fría formaban un bloque que llamaban "Occidente" y ahora se rompió. Van por diferentes vías. La filosofía de la administración Bush es la del Leviatán de Hobbes: el instinto humano es el de la lucha de todos contra todos y para imponer estabilidad en semejante anarquía y caos hay que usar la fuerza. Europa tiene la filosofía de Emanuel Kant en su ensayo La paz eterna, es decir, vivimos en un mundo en el que sólo a través del diálogo, del compromiso y del respeto mutuo se puede conseguir la estabilidad. Son dos mentalidades totalmente distintas y por eso Europa no quiere apoyar la guerra en Irak.
—España, Italia, Gran Bretaña dicen sí a la guerra y la Unión Europea acepta darle inmunidad a los soldados norteamericanos frente al Tribunal Internacional.
—El problema es que Europa no se interesa por el mundo entero, está muy ensimismada con el tema de la ampliación y otros temas internos, y entonces la estrategia que adoptó es la del distanciamiento.
— ¿Puede haber escisión en Europa?
—No. Es un mundo político muy grande pero en los temas trascendentales no veo diferencias fundamentales.
—En Polonia conocen bien lo que es vivir bajo el peso de una gran potencia. Hoy, en el mundo unipolar, sufrimos otra. ¿Se pueden comparar?
—No estoy participando en esos grandes debates. Ni siquiera escribo comentarios políticos. Prefiero hablar de literatura y de la manera de utilizar la imaginación o la ficción en nuestro oficio de periodistas.
—Hablemos de Polonia. Usted vivió bajo dominio soviético, lucho en Solidaridad y ahora está en un país que espera poder formar parte de la Unión Europea. ¿Cuál es el balance?
—Muy positivo. Unirse a Europa es una posibilidad enorme, y creo que los cambios que hemos vivido en los últimos 12 años son de suma importancia. Las expectativas son grandes en toda Europa Oriental. Estamos al principio de esa transformación y, claro, subsisten dificultades enormes. No es fácil cambiar de repente. Nos quedamos con una gran industria atrasada, nos quedamos con un gran campesinado de baja productividad, nos quedamos con un gran desempleo. Estos son procesos que no cambian rápidamente. Hay que saber que la primera división entre Europa oriental y occidental fue hace 500 años, cuando la otra Europa empieza a conquistar el mundo y nosotros quedamos solamente como productores de trigo para ellos. Un atraso de cinco siglos no se recupera en un par de años.